Introducción

Las sucesivas oleadas de avivamiento y bendiciones han dejado huellas indelebles en la historia de la iglesia.  Estas señales de derramamiento del Espíritu Santo a través del mundo y a lo largo del tiempo han sido el resultado, como regla, del memorable uso que hizo Dios de personas ungidas cuyo liderazgo no solamente constituyó la punta de lanza que marcaría la irrupción de Dios en el mundo, sino que sus nombres designan hoy sus respectivos períodos de avivamiento.  De acuerdo con ello, distinguimos las distintas etapas en la historia de la iglesia mencionando nombres tales como Agustín, Aquino, Lutero, Calvino, Knox, Huss Wesley, Finney y Moody.
Pero en los inicios del siglo veinte, de la fuente inagotable de la tradición sagrada brotó un avivamiento que se distinguió por dos cosas.  En primer lugar, la ola de renovación a que dio lugar a nivel internacional en la iglesia no ha cesado; por el contrario, ha continuado desarrollándose, incorporando a líderes y laicos pertenecientes a todas las denominaciones históricas y círculos contemporáneos del cristianismo.  En segundo lugar, este avivamiento no se ha caracterizado por el liderazgo de ninguna personalidad destacada que defina su agenda o imponga su estilo.  Un historiador ha llamado al avivamiento pentecostal – carismático de este siglo “un movimiento sin jefe”, al notar el fenómeno de que la continua expansión de su influencia parece estar ligada a este factor.  No se puede determinar con precisión las fronteras del movimiento, nadie puede acreditárselo, y ¿quién puede describirlo con otras palabras, sino con las que Pedro utilizó el día de Pentecostés: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soparán sueños” (Hechos 2: 16-17)?
Mientras se expanden las olas de este movimiento renovador, el común denominador de aquellos que se le unen no es tanto una posición doctrinal como el compartir juntos una nueva experiencia.  Lo “nuevo” no es algo novedoso o qu3e carezca de antecedentes, sino simplemente la recuperación de la sencillez y el poder inherente a la iglesia del Nuevo Testamento: la vida y el ministerio de Jesús que se prolonga en su cuerpo hoy en día a la manera del relato de Hechos.  A causa de esto, ha sido siempre difícil preparar una simple Biblia de estudio que satisfaga a esta amplia comunidad.  Sus concepciones sobre la persona de Jesucristo, su nacimiento virginal, su vida sin pecado, su muerte expiatoria, resurrección física y majestuosa ascensión son esencialmente coincidentes.  Su visión de la autoridad de la Palabra de Dios y su inspiración divina es básicamente la misma.  Y su experiencia de la actividad contemporánea del Espíritu –cuya plenitud, frutos, dones y prodigios son bienvenidos y se realizan hoy al igual que en los inicios de la iglesia- es algo generalmente aceptado.  Sin embargo, a causa de sus distintos antecedentes denominacionales, una amplia diversidad caracteriza estos grupos.  Se les hallará en todos los puntos de espectro teológico en temas como:
1.    Calvinismo versus arminianismo
2.    Dispensacionalismo versus teología del pacto
3.    Diferencias en torno al premilenarismo, posmilenarismo y amilenarismo, y hasta
4.    Sobre el significado de “hablar en lenguas” en relación con el bautismo inicial del creyente con el Espíritu Santo.
Lo sorprendente, dado la amplia diversidad de grupos, es que el movimiento en su conjunto no refleja una ausencia de convicciones firmes sobre aquellos aspectos en que las Escrituras y la experiencia se interpretan de forma diferente, sino que responden al llamado del Espíritu Santo que les conmina a ser respetuosos de las convicciones ajenas.  Han decidido dejar que el amor fraternal prevalezca en la iglesia, buscar la paz y perseverar en ella, y reconocer que la oración de nuestro Señor Jesús “que sean uno” nunca hallará respuestas en el marco de una teología, sino sobre la Mesa de Su Testimonio.  Cuando recordamos su cruz –su cuerpo, al cual hemos sido llamados, su sangre, que nos ha redimido, limpiado y justificado de todo pecado- encontramos la unidad bajo su señorío.  Aquí es donde nos mantenemos uno al lado del otro, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efesios 4: 13-15).
Desde un contexto tan amplio, y en este momento crucial de las relaciones de Dios con la iglesia de Cristo como un todo, venimos a estudiar y servir, en la esperanza de que este Discipulado pueda contribuir al creciente auge en la actividad del Espíritu Santo en el día de hoy y de mañana.  Este Discipulado es el primero de su tipo, pues ha reunido un amplio grupo representativo con muchas denominaciones y asociaciones independientes para producir este material de estudio que incorpore los puntos de vista la Iglesia Apostólica y Profética Monte Sion Ciudad de Dios.  Al hacer constar esto, deseamos reconocer los esfuerzos precursores de varios maestros y especialistas que han hecho aportes anteriores a esta ocasión memorable.  Aunque este trabajo se distingue por sus dimensiones y las personas que han colaborado en él, saludamos con gratitud y humildad al valioso grupo que nos ha precedido en el esfuerzo de guiar el pueblo de Dios hacia una comprensión más profunda de su Palabra.
Que Dios tenga a bien multiplicar el fruto de la labor de todos los que se han consagrado para ofrecerte, El Discipulado.  Dedicamos esta obra al Señor, repitiendo las palabras de la oración del salmista: “Sea la luz de Jehová nuestro Dios sobre nosotros, y la obra de nuestras manos confirma sobre nosotros; Sí, la obra de nuestras manos confirma” (Salmo 90:17).




La Biblia
Antiguo Testamento
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 Números
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34
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1 Crónicas
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21
4
31
24
22
25
29
36
10
13
10
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Eclesiastés
Cantares
42
150
31
12
8
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66
52
5
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14
3
9
1
4
7
3
3
3
2
14
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28
16
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Colosenses
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2 Tesalonicenses
1 Timoteo
2 Timoteo
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Filemón
16
16
13
6
6
4
4
5
3
6
4
3
1
Epístolas Generales
Hebreos
Santiago
1 Pedro
2 Pedro
1 Juan
2 Juan
3 Juan
Judas
13
5
5
3
5
1
1
1
Revelación
Apocalipsis
22

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